sábado, 26 de julio de 2008

Caraiva

Salimos del quilombo haciendo dedo. Todos los que nos levantaron tenían una u otra relación con el eucalipto: un operario quilombola que usaba la información privilegiada que podía conseguir, un camionero qeu solía transportar eucalipto talado, un fazendeiro que era abogado y asesor legal de las grandes empresas de celulosa, a parte de cultivar eucalipto y criar bueyes en sus haciendas. De oca en oca y tiro porque me toca. Mono -cultivo, mono-tema. Y la vista cansada del verde-eucalipto que aburre el paisaje. Nos sorprendieron los montes (que pondrían los dientes largos a cualquier escalador) de Itamarajú. Fegustamos hasta el último feijãode Monte Pascual ante la mirada atónita de todo el que reparaba en nosotras y las respectivas mochilas. Después del eucalipto y antes del mar había un desierto levemente cubierto de algun mato verde (con quién-sab-qué-nombre) y cactus tímidos aparecían entre la arena blanca. Noche de tienda y fogonet... al fin!
A Caraiva llegamos a la mañana siguiente. Hasta hace dos años el lugar no conocía la luz eléctrica. Teóricamente, por convicción (contra el "progreso"). La práctica encerraba motivos menos idílicos y más monetarios. Finalmente, el programa de Lula "Luz para todos" trajo el "desarrollo" hasta este tranquilo y heromoso lugar. En verano debe estar plagado de guiris. En temporada baja sólo encontramos algun despistado que como nosotars paseaba por la desembocadura del río o la playa azotada por el viento y las pousadas desérticas. Entre los pocos habitantes del bueplo, con las calles de arena blanca sin asfaltar, no faltaban los pescadores ydueños de campings, pousadas y bares... ni los "pesaos". Valseamos hasta Nueva Caraiva, donde el ambiente era todo menos tur~istico. Mucho más encantador, al ritmo del forró y los niños jugando a futbol en la plaza recubierta de banderines de colores.
En el bus hacia Arraial el azar nos hizo descubrir a Yedo y Sandra, que venían de conocer una comun idad indígena. Pasamos la noche juntos y decidimos ir por caminos diferentes a Salvador.
Levantamos otra vez el dedo, viviendo cada kilómetro y disfrutando del cambio de paisaje, qeu nos mostraba el avance de la mata atlántica y sus majestuosos ejemplares a medida qeu nos adentrábamos al estado de Bahía. Demoramos, mas chegamos.

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